LOS ESCRITOS DE VELAIDES
BICENTENARIO II
En este espacio describiré algunas características de algunas viviendas y costumbres durante el siglo XVIII en nuestra patria, particularmente en la región del valle; aspectos tomados de la novela El Alférez Real de José Eustaquio Palacios (Las fotografías no son tomadas de la obra); y de esta forma contribuir para que estudiantes y demás personas puedan resolver algunos de los interrogantes planteados en las 200 preguntas para la celebración del Bicentenario de nuestra independencia.
Durante esa época, había manzanas con dos o tres casas y cada casa con solar amplio, sembrado de árboles frutales, principalmente cacao y plátano y algunas con palma de coco.
Los solares estaban cercados de palenque de guadua. Los solares de las casas de los vecinos más ricos, tenían paredes de tapia baja.
Las casas principales estaban formadas por una pequeña pieza de alto con balcón volado, figurando un corredor, con gruesos pilares, halares sin canecillo, aceras sin embaldosado, puertas en el interior en los rincones para permitir espacios suficientes para colocar grandes escaños, varias ventanas en la sala, volados con balaustres torneados generalmente desiguales. El aposento era oscuro porque la única ventana que tenía caía a la calle y estaba alta y rasa para evitar los coloquios entre mozos y muchachas en altas horas de la noche. En la esquina más notable de la casa estaba el aparador, construido de ladrillo o adobe con tres nichos en la parte baja donde se colocaban las tinajas de barro cocido con relieve y una gradería de nichos hacia arriba en donde se colocaba la vajilla y la loza china.
En la esquina exterior de algunas casas del centro de la ciudad, había un nicho, en la parte alta de la pared y en ese nicho, la imagen e un santo, a veces estaba donde se encendía un farol todas las noches.
COSTUMBRES
Todas las familias se confesaban varias veces al año y forzosamente en cuaresma porque había excomunión por un canon del concilio cuarto Letrán, para quienes no se confesaban durante años.
Los que morían sin confesión pudiendo confesarse perdían la mitad de sus bienes.
Ayunaban en día de ayuno.
Las costumbres públicas eran severas; los delitos eran raros, pasaban años sin que ocurriera un robo.
El correo era un vecino de Jamundí y conducía grandes sumas de oro y plata; salía por la tarde, se quedaba tomando aguardiente en la chanca, el caballo con su carga seguía por el camino real, las gentes se apartaban de él con respeto, porque veían las armas del rey en la valilla.
Toda familia acomodada tenía una esclava por lo menos para el servicio doméstico. La cocinera era siempre negra.
Algunas señoras leían en libro, pero no en manuscrito; sus padres les impedían que aprendieran e escribir para que no tuvieran la ocasión de enviar o recibir cartas de amores; pero aprendían a escarabajear en hojas de plátano y con punzón de madera en vez de pluma.
En las boticas vendían tres o cuatro ungüentos, cuatro o cinco purgantes nada más..
No había colegios, los hijos de los pobres aprendían algo con los frailes. A los colegios de Santa fe y de Quito iban solo los hijos de los nobles para los que se hacían información de limpieza de sangre.
Todo el mundo obedecía ciegamente y el prestigio de la autoridad era inmenso.
Los nobles y ricos vivían consagrados al cuidado de sus haciendas o tiendas de mercancías o desempeñarse a empleos civiles.
Los plebeyos trabajaban en la ciudad como artesanos o en el campo como agricultores, jornaleros o traficaban con otros pueblos.
Gran parte de su tiempo lo consagraban a las fiestas religiosas, después de la misa mayor se entregaban a los juegos de gallos donde se mezclaban nobles y plebeyos.
Toda la población era íntegramente católica, y no se habría tolerado un solo incrédulo porque para velar por la pureza de la fe en todo el reino, existía en Cartagena un tribunal de la santa inquisición.
Este es un aporte de RAMON VELAIDES JAIMES
Tomado de la obra de El Alférez Real del autor José Eustaquio Palacios.
BICENTENARIO II
En este espacio describiré algunas características de algunas viviendas y costumbres durante el siglo XVIII en nuestra patria, particularmente en la región del valle; aspectos tomados de la novela El Alférez Real de José Eustaquio Palacios (Las fotografías no son tomadas de la obra); y de esta forma contribuir para que estudiantes y demás personas puedan resolver algunos de los interrogantes planteados en las 200 preguntas para la celebración del Bicentenario de nuestra independencia.
Durante esa época, había manzanas con dos o tres casas y cada casa con solar amplio, sembrado de árboles frutales, principalmente cacao y plátano y algunas con palma de coco.
Los solares estaban cercados de palenque de guadua. Los solares de las casas de los vecinos más ricos, tenían paredes de tapia baja.
Las casas principales estaban formadas por una pequeña pieza de alto con balcón volado, figurando un corredor, con gruesos pilares, halares sin canecillo, aceras sin embaldosado, puertas en el interior en los rincones para permitir espacios suficientes para colocar grandes escaños, varias ventanas en la sala, volados con balaustres torneados generalmente desiguales. El aposento era oscuro porque la única ventana que tenía caía a la calle y estaba alta y rasa para evitar los coloquios entre mozos y muchachas en altas horas de la noche. En la esquina más notable de la casa estaba el aparador, construido de ladrillo o adobe con tres nichos en la parte baja donde se colocaban las tinajas de barro cocido con relieve y una gradería de nichos hacia arriba en donde se colocaba la vajilla y la loza china.
En la esquina exterior de algunas casas del centro de la ciudad, había un nicho, en la parte alta de la pared y en ese nicho, la imagen e un santo, a veces estaba donde se encendía un farol todas las noches.
COSTUMBRES
Todas las familias se confesaban varias veces al año y forzosamente en cuaresma porque había excomunión por un canon del concilio cuarto Letrán, para quienes no se confesaban durante años.
Los que morían sin confesión pudiendo confesarse perdían la mitad de sus bienes.
Ayunaban en día de ayuno.
Las costumbres públicas eran severas; los delitos eran raros, pasaban años sin que ocurriera un robo.
El correo era un vecino de Jamundí y conducía grandes sumas de oro y plata; salía por la tarde, se quedaba tomando aguardiente en la chanca, el caballo con su carga seguía por el camino real, las gentes se apartaban de él con respeto, porque veían las armas del rey en la valilla.
Toda familia acomodada tenía una esclava por lo menos para el servicio doméstico. La cocinera era siempre negra.
Algunas señoras leían en libro, pero no en manuscrito; sus padres les impedían que aprendieran e escribir para que no tuvieran la ocasión de enviar o recibir cartas de amores; pero aprendían a escarabajear en hojas de plátano y con punzón de madera en vez de pluma.
En las boticas vendían tres o cuatro ungüentos, cuatro o cinco purgantes nada más..
No había colegios, los hijos de los pobres aprendían algo con los frailes. A los colegios de Santa fe y de Quito iban solo los hijos de los nobles para los que se hacían información de limpieza de sangre.
Todo el mundo obedecía ciegamente y el prestigio de la autoridad era inmenso.
Los nobles y ricos vivían consagrados al cuidado de sus haciendas o tiendas de mercancías o desempeñarse a empleos civiles.
Los plebeyos trabajaban en la ciudad como artesanos o en el campo como agricultores, jornaleros o traficaban con otros pueblos.
Gran parte de su tiempo lo consagraban a las fiestas religiosas, después de la misa mayor se entregaban a los juegos de gallos donde se mezclaban nobles y plebeyos.
Toda la población era íntegramente católica, y no se habría tolerado un solo incrédulo porque para velar por la pureza de la fe en todo el reino, existía en Cartagena un tribunal de la santa inquisición.
Este es un aporte de RAMON VELAIDES JAIMES
Tomado de la obra de El Alférez Real del autor José Eustaquio Palacios.
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